domingo, 26 de agosto de 2018

EL DESORDEN DE TU AUSENCIA


Como una gota que permanentemente esculpe una piedra, el tiempo modela nuestros sentimientos, pasiones y fustraciones. Todo pasa en la vida, nada se queda estático. El amor, el desamor, el odio, la risa, la soledad...
Te quise tanto que me olvidé de respetarme a mi mismo antes que a nada y, a día de hoy, aún me pregunto si alguna vez me has querido, si en algún tiempo pasado tus sentimientos hacia mí eran puros.
Tras tu muerte, una cadena de infortunios cayó sobre mí como una plaga bíblica. Injurias, calumnias, descréditos hacia mi persona...y en ese momento giró todo. Los buenos fueron ajusticiados como asesinos y los malos alzados a los Cielos. Y no existen Dioses ni Monstruos. Todos somos ambas cosas.
Estoy tan lejos de ser perfecto como el Universo de ser finito. Quizá mis palabras o mis actos son tan endebles que es ilógico tomarme en serio. Pero te juro que te he querido hasta el fin.
Un final tan drástico y dramático que ni siquiera figuraba en el guión de nuestras vidas.

Hoy ha pasado el tiempo. Ese tiempo que todo lo cura. Ese tiempo que me ha dado una nueva oportunidad y le concedí el beneficio de la duda. Ahora soy feliz. Casi sin proponérmelo. Pero en mi vida hay momentos de vacio que llevan tu nombre.
No se puede dejar de querer a quien has querido. No se puede dejar de querer nunca aunque esa persona, quizá, no te haya querido a ti. Simplemente, no se puede dejar de querer.

Te llevaste al Cielo la verdad que nunca me dijiste, aquel secreto que versaba sobre si me llegaste a amar alguna vez o no lo hiciste nunca. Ya te encargaste de decir a todos que yo era el amor de tu vida para, cuando descubriera la verdad, no tener el apoyo de nadie. Solo tú y yo sabemos la verdad enfrentada, la auténtica...no la que queríamos que los demás supieran.

Sé que me querías aunque tus ojos no me mirasen fijamente. Sabía que me valorabas aunque tus manos nunca se posaron en mi piel. Sabía que me apreciabas aunque tus besos eran tan cortos que apenas rozaban mis labios. Era como un amor platónico, un amor sin amor, un amor distante aunque puro.

Nunca sabré la verdad ahora que estás en el Cielo. Mi gente pensará que hice bien y los tuyos me condenarán al fuego eterno. Y ninguno, escepto tú y yo, nos pueden juzgar ya que la ignorancia es atrevida y, en ocasiones, viperina.



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