viernes, 20 de marzo de 2020

CONFINAMIENTO


Desde mi ventana veo calles vacías y silenciosas que hacen que sienta mis propios latidos y mi respiración entrecortada plagada de suspiros que se desvanecen sobre el frío cristal.

La misma raza humana que muchas veces odié, hoy permanecen como muertas en sus casas convertidas en nichos temporales a la espera de un final feliz.

Es entonces cuando pierde fuerza los enfrentamientos políticos, las derechas y las izquierdas, la lucha de clases, las diferencias de razas, las condiciones sexuales o el enfrentamiento de hombres y mujeres. Nada de eso sirve ahora mismo.

Un silencio plagado de desolación e aislacionismo ha inundado cada centímetro del Mundo. Es como aprender a la fuerza el estar solo o, en el mejor de los casos, aprender a convivir y respetar.

No hay diferencia entre noche y día, entre madrugada y atardecer. Todo se apagó bajo un manto de monotonía forzada. Ni siquiera dentro de los edificios escucho niños, voces o música. Estamos en un letargo de amargura esférica y perfecta.

No da pie a las preguntas básicas de quién soy o dónde voy. Nada. Nihilismo estanco y aséptico. Solo un pensamiento se cuela en la hermosa ciudad de gente dormida: salir.

Salir a pasear, salir por salir, tomar un café solo o con amigos, visitar a nuestros familiares que tenemos abandonados, permanecer en un atasco, cerrar ventanas porque nos molesta el jolgorio de la calle, escuchar esas motos infernales capaz de exaltarnos, vivir....al fin y al cabo.

Tan solo el aplauso de las ocho de la tarde nos conecta como millones de neuronas y lloramos mientras nuestras manos duelen de aplaudir. Aplaudir formando un todo único, un solo ser vivo compuesto de individuos que, en el fondo, no somos tan diferentes. Pensamos, sufrimos, amamos, odiamos y reímos. Somos idénticos...pero existe una comunión que nos hacen más grandes, como cuando miles de peces forman una nube para asustar al tiburón o cuando las aves migratorias se defienden volando en grupo.

Acabará este confinamiento. Lo celebraremos y, pese a ser algo histórico y habiendo tenido ese apego desde terraza a terraza, desde balcón a balcón, en poco tiempo iremos odiándonos como condición humana e imperfecta que somos.

O no.

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